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Mentime que me gusta. (Publicado en Infobae 31/8/2019)

04.05.2020 - Política

En tiempos de disputas electorales, el ejercicio de la política sumado al análisis de los actos de gobierno conforma el universo fáctico más complejo de desentrañar de cara a una certera interpretación del humor social de la ciudadanía. La construcción de mitos y prejuicios en torno a la valoración popular de la gestión de un gobierno, cualquiera sea su ideología, depende cada día más de la calidad de la información que circula en la nueva galaxia que desde hace más de una década conforman las redes sociales.

El ex presidente norteamericano John F. Kennedy advirtió con gran agudeza este fenómeno: lo hizo público durante el discurso que pronunció en la Universidad de Yale el 11 de junio de 1962. Dijo por entonces el mandatario demócrata: "El gran enemigo de la verdad a menudo no es la mentira, deliberada, artificial y deshonesta, sino el mito: persistente, persuasivo y poco realista". Y frente al microclima que por esos días teñía la atmósfera de Washington afirmó que: "El hecho desafortunado del asunto es que nuestra retórica no ha seguido el ritmo de la velocidad del cambio social y económico. Nuestros debates políticos, nuestro discurso público sobre los problemas domésticos y económicos actuales, con demasiada frecuencia tienen poca o ninguna relación con los problemas reales que enfrenta Estados Unidos".

Estas reflexiones pueden ser de gran utilidad frente a la coyuntura política que se vive hoy en la República Argentina, más aún frente a un eventual cambio de régimen político, hecho que día a día determina múltiples reacomodamientos entre distintos actores institucionales, entre los que se destacan los principales referentes del sector empresario y periodístico.

Conviene entonces retomar un concepto histórico clave de la teoría de la comunicación para focalizar con mayor precisión el escenario sobre el cual se desarrolla el devenir político. En 1963 el pensador norteamericano Bernard Cohen publicó el texto The press and the foreign policy, en el que incluyó una tesis que fue la columna vertebral de la famosa teoría de la agenda setting perfeccionada años después: "Los medios frecuentemente no tienen éxito al decirle a la gente qué es lo que tiene que pensar, pero tienen un éxito asombroso al decirle sobre qué tiene que pensar".

Muchos siglos atrás fue el filósofo estoico griego Epícteto quien percibió el mismo fenómeno cuando señaló: "No son los hechos los que estremecen a los hombres, sino las palabras sobre los hechos".

Ahora bien, ¿la variedad temática que determinan las acciones políticas de un gobierno queda establecida a priori por la agenda mediática o la planificación y la ejecución de políticas públicas mantiene su autonomía frente al mainstream comunicacional?

En un país que históricamente no otorga valor práctico al uso racional de las estadísticas pareciera lógico que se las considere como una opinión burocrática de una oficina gris del Gobierno en lugar de una herramienta fundamental del Estado. Expresa esto con gran claridad el filósofo español Daniel Innenarity cuando afirma que "la militancia en torno a los indicadores y su desobjetivización va a ser una batalla democrática fundamental en estos tiempos".

Tal vez resulta antipático poner sobre la mesa un pequeño ensayo titulado Elogio de la traición, sobre el arte de gobernar por medio de la negación, que fue un éxito de ventas a partir de su publicación en el año 1997. Sus autores, los franceses Denis Jeambar y Yves Roucaute, expresan que "el político dotado de un mínimo de realismo jamás dice todo lo que cree".

En un país que debe decidir su futuro político y económico en dos meses, sería un enorme riesgo para la ciudadanía tener que optar entre candidatos que callen verdades y amplifiquen mentiras. Y que los medios de comunicación y las redes sociales certifiquen ambas conductas.


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