El pasado mes de febrero se cumplieron 85 años de la publicación de la "Teoría General del Empleo, el interés y el dinero", la obra académica de John M. Keynes que marcó un hito revolucionario en el estudio de la economía durante el siglo XX. El economista norteamericano John Kenneth Galbraith afirmó que el ensayo de su colega inglés fue el suceso más trascendente en la historia de la economía política, comparable en importancia con la aparición de La riqueza de las naciones de Adam Smith en 1776, y con la primera edición de El capital de Karl Marx en 1867.
Tras su paso por el aristocrático Eton College, Keynes comenzó a estudiar Matemáticas en el King´s College de la Universidad de Cambridge, pero aconsejado por su mentor académico Alfred Marshall se inclinó por la teoría económica. A finales de la Primera Guerra Mundial se desempeñó en la Secretaría del Tesoro de Inglaterra donde adquirió una notable reputación en la administración de los ingresos británicos derivados de las operaciones de cambio de divisas extranjeras.
En 1919, a los 36 años, Keynes fue destinado a la Conferencia de París, en donde tuvo la oportunidad de codearse con los líderes mundiales del momento, David Lloyd George, Georges Clemenceau y Woodrow Wilson. Los tres mandatarios fueron blanco de su filosa pluma en su ensayo "Las consecuencias económicas de la paz". Escrito en sólo tres meses, y con ventas masivas en Europa y Estados Unidos al año siguiente, la obra fue reconocida como el más importante documento económico sobre la primera guerra mundial y la posguerra.
Poseedor de un vasto saber cultural, Keynes desarrolló un estilo de escritura claro, profundo, y muchas veces no falto de aguda ironía, que le otorgaba un hándicap de calidad extra a sus publicaciones. Integró el Grupo de Bloomsbury junto a los escritores E.M.Forster, Litton Strachey y Virginia Woolf y a los artistas Roger Fry, Vanessa Bell y Duncan Grant. Fue además un reconocido productor teatral, y durante treinta años editor general del Economic Journal, publicación de consulta obligada del establishment académico y financiero de Londres.
En la arena de la alta política Keynes no tuvo temor en criticar públicamente a Winston Churchill y a Franklin Roosevelt. Al líder conservador lo desafiaba con agudas observaciones sobre las propuestas que le sugería la santa trinidad que lo apoyaba políticamente: la city londinense, la federación de industriales, y la alta burocracia de la secretaría del Tesoro.
Al tres veces presidente demócrata y creador del New Deal, Keynes le escribió una carta abierta en diciembre de 1933, en simultáneo al ascenso del poder de Adolf Hitler en Alemania. Estados Unidos no se había despertado aún del crac financiero de 1929, y el crecimiento se hacía esperar. "Usted se enfrenta a una doble tarea -le señaló-, recuperación y reforma; recuperación de la depresión y la aprobación de las reformas económicas y sociales que debieron haber sido introducidas hace mucho tiempo. Para la primera, la velocidad y los resultados rápidos son esenciales. Para la segunda, que también puede ser urgente, la prisa será perjudicial".
El legado académico y político de Keynes ha sido, y será, motivo de interminables debates alrededor del mundo. Pero no puede negarse que tras la crisis financiera del año 2008 y la recesión derivada de la pandemia diez años después, los postulados básicos del economista más famoso de Cambridge han vuelto a renacer.
El gobierno británico acaba de publicar un informe oficial sobre Seguridad, Defensa, Desarrollo y Política Exterior con un diagnóstico de la situación política global que destila un profundo aroma keynesiano. El paper de 114 páginas, describe así la coyuntura geopolítica actual:
"La globalización comenzó a estancarse después de la crisis financiera de 2008-2009. Es probable que el COVID-19 acelere la tendencia hacia enfoques más regionales y nacionales, aunque los flujos comerciales se han recuperado relativamente en forma rápida tras el shock inicial. El impulso de la liberalización del comercio puede seguir desacelerándose y los casos de protección aumentan, impulsados por las condiciones políticas y económicas dentro de los Estados y el uso cada vez más agresivo de la política económica y comercial como palanca en la competencia entre los Estados."
Keynes falleció en abril de 1946, año del ascenso del peronismo al poder, y fue despedido con honores oficiales en la Abadía de Westminster. En esos días, el presidente norteamericano Harry Truman comenzaba a negociar con los líderes aliados que resultaron victoriosos en la Segunda Guerra Mundial el Plan Marshall ideado para la reconstrucción de Europa.
En medio de la grave crisis económica derivada de la pandemia se alzan cada vez más voces que expresan la necesidad de recrear un Plan Marshall para el siglo XXI basado en las líneas maestras de la doctrina keynesiana.
Productividad pública y privada para el crecimiento
Con la brutal transformación que las nuevas tecnologías le están imprimiendo a los sistemas de producción y comercialización de bienes y servicios se hace imprescindible una modernización paralela en el desarrollo y en la gestión de las políticas públicas. Más aún en un país como Argentina que cuenta con 21 ministerios, 90 secretarías y más de un centenar de subsecretarías de Estado.
Poco tiempo después de la caída del Muro de Berlín, y en forma simultánea a la implementación de los paradigmas básicos del llamado Consenso de Washington que eclipsó muchos de los postulados keynesianos, se publicó en 1991 un ensayo titulado "La reinvención del gobierno: La influencia del espíritu empresarial en el sector público". Sus autores, David Osborne y Ted Gaebler, reconocen su influencia intelectual en la obra de Peter Drucker, el gran teórico del management y profeta de la sociedad de la información, y en la del académico keynesiano Robert Reich, que pocos meses después asumiría como secretario de Trabajo del presidente demócrata Bill Clinton.
Los fundamentos de la obra se desgranan a partir de premisas básicas que optimizan los resultados de cualquier organización, sea ésta pública o privada: Productividad, evaluación de resultados, descentralización, transparencia en los gastos administrativos, y una burocracia flexible adaptable a los cambios tecnológicos. Todos ellos son los ingredientes principales para que un gobierno cuente con una burocracia eficiente e innovadora.
Estos objetivos primarios, cuya puesta en práctica contribuirían al progreso y bienestar del país de la mano de la inversión privada nacional y extranjera, continúan siendo un imperativo de urgente implementación. Lo que ha cambiado en forma radical es el progreso tecnológico para desarrollarlos. La inteligencia artificial, la robótica y el big data son algunas de las nuevas herramientas que, tras el desarrollo masivo de internet a mediados de los ´90, configuran el nuevo adn del progreso de las naciones.
Para el desarrollo de una política pública en este sentido, es fundamental que en el ámbito parlamentario se aborde una agenda que analice los problemas legales y éticos vinculados a la evolución de la robótica y las tecnologías de inteligencia artificial, como así también sus consecuencias sociales en materia laboral.
No será posible lograr un crecimiento sustentable en el tiempo sin la optimización del gasto social y un aumento considerable en la productividad estatal. Ya no se trata de estar a favor o en contra del keynesianismo, sino de trascenderlo a partir de un consenso político básico que en forma urgente ponga en práctica los postulados económicos centrales que no se discuten en ninguno de los países desarrollados