Pocos meses después del derrumbe de la Unión Soviética a fines de 1989, David Hale, académico norteamericano de la Universidad de Georgetown y de la London School of Economics expresó que en las bibliotecas del mundo occidental hay cientos de volúmenes que estudian el paso de las economías del capitalismo al comunismo, pero ni uno solo que haya intentado explicar el recorrido inverso.
En este sentido, el historiador y politólogo de Stanford David Holloway afirma que tras la derrota del nazismo y en los inicios de la Guerra Fría, “Stalin intentó consolidar el aumento de nuevos territorios soviéticos, establecer una esfera de influencia en Europa del Este, tener una voz en el destino político de Alemania y, si era posible, también de Japón”.
Actualmente, tres décadas después de las profecías no cumplidas sobre el fin de la historia y los renacidos cuestionamientos a la democracia como forma de gobierno, aún sigue instalada (y silenciada) en amplios sectores académicos europeos una incógnita profunda e inexplicable. ¿Por qué desde la llamada generación de los Baby Boomers hasta hoy se ignoraron casi por completo las matanzas de millones de personas sin juicio alguno ocurridas durante el régimen estalinista entre principios de la década del treinta y el año 1953?
No es fácil encontrar material bibliográfico sobre semejante aberración diluída por intelectuales de renombre bajo el nombre de “purgas”. No hay bolillas para estudiar estos temas en las cátedras de Derechos Humanos. Como afirma el jurista y psicólogo francés Pierre Legendre, la verdad del espejo no se discute. Al que sí le discutieron su libro “Koba el temible” sobre los crímenes de Stalin fue al escritor inglés Martin Amis.
En ese ensayo, el hijo del ex simpatizante comunista Kingsley Amis, establece (aunque sin fuente documental alguna) que el número de víctimas fallecidas durante el régimen estalinista alcanzó los veinte millones de personas. ¿Y si fueron cinco millones menos? Asunto archivado.
El sociólogo y analista político esloveno Samo Burja señala con acierto que, a diferencia de Estados Unidos, la Unión Soviética nunca logró subcontratar industrias cruciales para que fueran manejadas por los países satélites del bloque comunista, extendiendo así la fase industrial viable del bloque. El organismo cooperativo industrial que creó la Unión Soviética, el Consejo de Asistencia Económica Mutua (COMECON) nunca logró coordinar los planes económicos con tanta eficacia como lo hizo la comunidad internacional liderada por Estados Unidos y los países de Europa Occidental. Ejemplo de esto fue la planificación y el desarrollo del Plan Marshall que permitió la reconstrucción del viejo continente a partir de la década del ´50.
A mediados de los noventa, en pleno auge de la globalización, el filósofo Karl Popper afirmó que la civilización occidental es la más justa, más humanitaria, y la mejor de todas las que hemos conocido a lo largo de la historia de la humanidad. El académico nacido en Austria en 1902 y fallecido como ciudadano británico en 1994, fundamentaba su opinión en la creencia de que la civilización occidental “es la mejor porque es la que tiene la capacidad de mejorar”. Por supuesto que el autor de “La sociedad abierta y sus enemigos” no vivió lo suficiente para poder presenciar el crecimiento económico de China. La calidad democrática del mismo todavía no aprobó el examen.
A lo largo de la historia hubo un punto de convergencia básico en los sistemas de gobiernos democráticos: el consenso y su contracara, el disenso. Sin el respeto por los derechos de las minorías el autoritarismo queda a la vuelta de la esquina.
Y si las minorías no asumen que en una república se llega al poder por el voto de las mayorías, las libertades y los derechos de los individuos quedan a tiro de la lapicera del dictador de turno. Este concepto básico y elemental no se estudia (o se lo rechaza) en las universidades de China y de Rusia.
La Guerra del Peloponeso revisitada en el siglo XXI
A los 81 años el politólogo norteamericano Graham Tillett Allison sigue desarrollando una fuerte influencia en los principales think- tanks internacionales. Egresado de la universidad de Harvard y con estudios de posgrado en la de Oxford, este académico oriundo de Carolina del Norte desempeño importantes cargos políticos y académicos durante más de cuarenta años en la vida institucional de los Estados Unidos. En Harvard estuvo al frente de la prestigiosa Kennedy School of Government entre 1977 y 1989. A su vez, durante el primer mandato presidencial del demócrata Bill Clinton fue asesor principal de la secretaría de Defensa en temas vinculados a Rusia.
Influenciado por la obra de su amigo de Harvard, Richard Neustadt, asesor de los expresidentes Harry Truman, John Kennedy y Lyndon Johnson (autor, entre otros textos, del ensayo clásico “Los usos de la historia en la toma de decisiones”), Allison acuñó el concepto “Trampa de Tucídides” en un artículo aparecido en la revista The Atlantic en 2015. Dos años más tarde publicaría el libro “Con destino a la guerra: ¿es posible que EE.UU. y China escapen de la trampa de Tucídides?”. En el ensayo ofrece dieciséis ejemplos históricos de esta trampa en la que se ven involucradas dos potencias, una en declive y otra en ascenso.
Allison se inspiró en la obra de Tucídides, historiador militar ateniense del siglo V antes de Cristo, quien a lo largo de su obra cumbre, “Historia de las Guerras del Peloponeso”, explica la forma en que Esparta, la ciudad-Estado griega más poderosa del momento, vio amenazado su poder por el rápido ascenso de Atenas, que aspiraba a liderar políticamente la antigua Grecia. Fue el temor a que el poder ateniense siguiera creciendo lo que llevó a Esparta a declararle la guerra. Los atenienses perdieron finalmente las llamadas Guerras del Peloponeso desarrolladas entre los años 431-404 antes de Cristo.
Allison está revalidando al partido centralizado como la vanguardia en el liderazgo del pueblo chino, y está reviviendo el nacionalismo y el patriotismo para que los chinos se sientan orgullosos de volver a ser chinos. Todo esto en medio del rediseño de una revolución productiva para tratar de mantener niveles de alta sustentabilidad económica. Finalmente, está reconstruyendo sus fuerzas armadas a partir de una impresionante modernización tecnológica.
China tiene hoy alrededor de una cuarta parte del producto bruto interno per cápita de Estados Unidos, y una población cuatro veces superior. Allison estima que para el 2049, el centenario de la revolución comunista, debería ser igual al estadounidense. Según el Banco Mundial, China es el país que ha logrado el mayor desarrollo en el menor plazo de tiempo de su historia sacando de la pobreza a 850 millones de personas en los últimos cuarenta años.
Estados Unidos facilitó durante la década de 1980 la incorporación de China a las instituciones económicas claves de la posguerra; y en 2001 bendijo el ingreso chino a la Organización Mundial del Comercio.
Los egg-heads estadounidenses siguen apostando a exportar su modelo de democracia capitalista a países que sólo saben hacer funcionar su economía centralizada con altos niveles de corrupción, y desconociendo los derechos básicos de sus ciudadanos.
Actualmente 248 empresas chinas cotizan en las bolsas de los Estados Unidos a través de un capital estimado en los dos billones de dólares. Al día de hoy China es el principal socio comercial de 130 países del mundo.
En 1992 en pleno auge del Consenso de Washington y la disolución de la Unión Soviética, el historiador de la Universidad de Yale John Lewis Gaddis publicó su libro más famoso titulado “Estrategias de la contención: una evaluación crítica de la política de seguridad norteamericana de posguerra”.
El académico y ganador del Premio Pulitzer por su biografía del gran estratega del Guerra Fría, George Kennan, afirma que “contención era la idea de impedir a la Unión Soviética que usara el poder y su posición que ganó como resultado de la contienda para reconstruir el orden internacional de la postguerra”.
Durante el 2022 la contención a desarrollar por los Estados Unidos no sólo estará dirigida a detener las ansias de la reconquista de Ucrania por parte de Rusia para trasladar además su influencia sobre Europa, sino también por lograr una convivencia pacífica con China a partir de su imparable desarrollo económico. Falta poco tiempo para saber si en este juego de tres habrá una alianza de dos.