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El futuro presidente de los Estados Unidos, entre China y el Vaticano (Publicado en Infobae, 14/8/2020)

21.01.2021 - Internacionales

Las elecciones presidenciales de los Estados Unidos a realizarse el próximo martes 3 de noviembre plantean una gran paradoja política de alcance global: sea quien fuere el triunfador, el sistema institucional norteamericano deberá ratificarle al resto del mundo su supremacía en cuestiones de transparencia pública y buenas prácticas corporativas, cuestiones esenciales para el desarrollo con equidad social de las que carece el gobierno de la República Popular de China, el gran rival que amenaza el liderazgo global norteamericano.

Si la historia algo enseña, cuestión pragmática no zanjada por centenares de académicos de todos los colores políticos, el aprendizaje derivado de ella vuelve a tener valor diferencial en la actualidad, cuando día a día, la verdad política y científica paga más impuestos y reporta menos dividendos que la mentira y las curas milagrosas.

La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 trajo como consecuencia la desintegración de la Unión Soviética, hasta entonces constituida por quince estados, muchos de ellos enfrentados hoy al régimen de Vladimir Putin. China no figuraba por entonces en las agendas de los think tanks globales, y muy pocos analistas acertaron en pronosticar su meteórico despliegue económico con profundas consecuencias para el comercio internacional.

Las causas de esa radical transformación geopolítica, que determinó la absoluta supremacía económica y militar de los Estados Unidos tras cuatro décadas de guerra fría, podrían resumirse así: autoritarismo y centralismo versus democracia y federalismo por un lado, y planificación monopólica estatal con rígida burocracia versus economía de mercado de alta productividad y competencia en la producción de bienes y servicios, por otro.

Estados Unidos tiene en la actualidad el producto bruto interno más grande del mundo, aunque el Banco Mundial estima que en los próximos cinco años podría ser superado por China. En tanto que Rusia dejó de pertenecer al top ten de las potencias económicas mundiales hace ya un par de años.

Para los apologistas de la teoría malthusiana, renacida con la pandemia del coronavirus, también hay que considerar la población y el territorio de las potencias mundiales como insumos estratégicos en el análisis comparativo de las naciones.

Rusia es el país más grande del mundo con una superficie de 17,1 millones de kilómetros cuadrados. Tiene una población de 147 millones de habitantes, con 8 personas por kilómetro cuadrado. En tanto China, con una superficie de 9,6 millones de kilómetros, supera los 1.400 millones de personas con 146 habitantes por kilómetro cuadrado. Por su parte, Estados Unidos a lo largo de sus 9,52 millones de kilómetros cuadrados de superficie cuenta con una población de poco más de 331 millones y 34 habitantes por kilómetro cuadrado.

Por estos días Europa es escenario de una fuerte disputa entre los Estados Unidos y Rusia en materia energética. La administración de Donald Trump viene ejerciendo una fuerte presión, con apoyo de importantes legisladores demócratas, para impedir que el gobierno de Vladimir Putin finalice la construcción del Nord Stream 2. Este gasoducto submarino aportaría a las industrias de la Unión Europea algo más de 55.000 millones de metros cúbicos anuales de gas natural licuado. El holding industrial energético que lo desarrolla es presidido por el ex canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schroeder.

Estados Unidos considera que puede proveer gas natural licuado de mejor calidad a un precio que indirectamente contemple sus aportes financieros a las arcas de la OTAN. Mezclar peras con manzanas es muchas veces una táctica infalible en materia de negociación política sobre temas sensibles.

Pocos meses después del derrumbe de las Torres Gemelas en 2001, el notable ensayista francés Jean Francois Revel, un fervoroso apologista de la cultura estadounidense en su edad madura, sacudió a sus pares del viejo continente afirmando que durante la primera mitad del siglo XX “fueron los europeos los que provocaron los dos cataclismos de una amplitud sin precedentes que fueron las dos guerras mundiales; y también fueron ellos los que inventaron y realizaron los dos regímenes más criminales jamás infligidos a la especie humana”.

Cabe destacar que fue durante la administración de Barack Obama en 2014 cuando comenzaron a aplicarse sanciones comerciales a empresas y funcionarios del gobierno ruso como consecuencia de la anexión de Crimea. Los principales sancionados fueron la petrolera Rosneft y su principal ejecutivo, Igor Sechin, íntimo amigo de Vladimir Putin.

No es el único consenso entre republicanos y demócratas. Legisladores y dirigentes de ambos partidos también “compiten” para ver quién despliega una retórica más crítica dirigida a alertar sobre los crecientes riesgos y desafíos que la República Popular de China supone para la economía y la seguridad de los Estados Unidos. Telecomunicaciones, insumos para la elaboración de medicamentos e infraestructura para el transporte encabezan los recelos norteamericanos.

En materia regional también hay confluencia de visiones bipartidistas sobre la naturaleza ilegítima del gobierno venezolano encabezado por Nicolás Maduro, aunque existen amplias diferencias sobre las estrategias políticas tendientes a realizar comicios transparentes en el país sudamericano que posee las mayores reservas petroleras del mundo.

El candidato demócrata Joe Biden, que encabeza todas las encuestas para acceder a la Casa Blanca, adhiere al catolicismo al tiempo que defiende el derecho al aborto. Una vez más es bueno consultar la historia.

El 31 de octubre de 1992, tres días antes de las elecciones en las que triunfaría Bill Clinton, el papa Juan Pablo II reconocía públicamente el error cometido por la Iglesia al condenar a Galileo Galilei por su teoría heliocéntrica. Fue un suceso ejemplar de autocrítica, tres siglos y medio después de la condena del sabio italiano, en la milenaria historia del cristianismo.

No sorprenden entonces los sigilosos diálogos que por estos días viene manteniendo el papa Francisco con las principales autoridades de la jerarquía católica de China. El objetivo, no publicitado aún en toda su extensión, es profundizar el acuerdo alcanzado en septiembre de 2018 que dio inicio al nombramiento de obispos en el país oriental con la aprobación del Vaticano.

El derrumbe del bloque soviético a fines de 1989 tuvo dos actores políticos principales, los ex presidentes republicanos Ronald Reagan y George H. Bush. El tercer protagonista clave de ese proceso que duró más de una década fue el entonces papa Juan Pablo II.

¿Será entonces el papa Francisco el gran protagonista de la apertura religiosa y política de China? Un punto estratégico que, sin dudas, Donald Trump o Joe Biden deberán ubicar al tope de la agenda geopolítica internacional de los próximos e inciertos tiempos por venir.

 


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