Hace pocos días se cumplieron cuatro décadas de la muerte del académico canadiense Marshall McLuhan, considerado uno de los máximos teóricos de los medios de comunicación del siglo XX.
La profunda influencia de su obra se puede resumir muy fácilmente en dos conceptos de su autoría, que hasta hoy son motivo de diversas interpretaciones y valoraciones: “la aldea global” y “el medio es el mensaje”.
Nacido en 1911, McLuhan estudió filosofía y se doctoró en Letras en la Universidad de Cambridge, para trasladarse luego como profesor a las universidades de Saint Louis, Toronto y Fordham. Obtuvo, además, nueve doctorados honoris causa a lo largo de sus 69 años de vida. Dominaba a la perfección los idiomas alemán, francés e italiano.
Se convirtió al catolicismo a fines de los años 30 inspirado principalmente en la lectura de la obra de Gilbert Chesterton, el notable escritor y tal vez el converso británico más famoso del siglo pasado, quien llegó al cristianismo tras haber abrazado el agnosticismo y el anglicanismo en su juventud.
En 1973 McLuhan fue designado por el Papa Paulo VI como Consultor en Comunicación Social de la Academia Pontificia de la Santa Sede. Diez años antes había fundado, en el ámbito de la Universidad de Toronto, el Centro Cultural para el estudio de las consecuencias físicas y sociales de los medios de comunicación.
McLuhan, a lo largo de su vasta obra sobre el rol de la comunicación en las sociedades modernas, no desarrolló un marco analítico definido, y optó por estudiar casos específicos más allá de la búsqueda de su derivación o adecuación a determinadas corrientes teóricas imperantes en su época.
La actualidad de su obra está más radiante que nunca. Para muestra del debate sobre la cancelación del presidente Trump en sus redes sociales, basta este párrafo de su autoría:
“Una vez que hayamos supeditado nuestros sentidos y sistemas nerviosos a la manipulación privada de quienes intentarán beneficiarse a través de nuestros ojos, oídos e impulsos, no nos quedará ningún derecho.”
Las investigaciones de McLuhan sobre el rol y la influencia de los medios de comunicación en la sociedad de la posguerra dieron lugar a nuevos paradigmas, muchos de ellos asimilados por los íconos de la contracultura de los 60, especialmente en los popes de la corriente de la Nueva Izquierda, como Theodor Adorno y Herbert Marcuse.
El pensador canadiense, autor de La galaxia Gutenberg, era un realista a conciencia. Y asumía sin culpas la subjetividad de su mirada para perfilar el entorno cultural en la formulación del impulso que tomaba una sociedad en su búsqueda del progreso.
A pesar de recibir agudas críticas de importantes académicos por su férrea convicción de la percepción sensorial de la realidad, McLuhan no desdeñó los atributos de la razón como fuente primaria de conocimiento.
Es sabido que en paralelo a la contracultura comenzó el desarrollo de arpanet, el sistema embrionario de internet que explotaría justamente en la década del 90, paradigma de la aldea global acuñada por McLuhan.
En una visión profética de tono algo apocalíptico, aunque no menos real, el filósofo canadiense afirmó que “el mundo se ha convertido en un ordenador, un cerebro electrónico, exactamente como en un relato de ciencia-ficción para niños. Y a medida que nuestros sentidos han salido de nosotros, el Gran Hermano ha entrado en nuestro interior”.
Navegando hoy en medio de las complejas olas de la verdad, la obra de McLuhan adquiere a cuarenta años de su muerte renovada actualidad. Y es bueno resaltar, por último, la precisión de sus análisis, cuando en su enseñanza universitaria les recordaba a sus alumnos su preferida máxima aristotélica: “No basta solo decir la verdad; más conviene mostrar la causa de la falsedad.”
En el universo de las redes sociales hoy no basta con escribir mentiras. También hay que reproducirlas para que eclipsen la verdad.