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Entre Ríos, el pasado de un presente sin futuro (Publicado en Infobae, 27/10/2020)

21.01.2021 - Política

El 1° de mayo de 1991 el Papa Juan Pablo II promulgó su Carta Encíclica Centesimus Annus en ocasión de celebrarse los cien años de la Encíclica Rerum Novarum. Carol Wojtyla se había ordenado sacerdote en 1946, convirtiéndose en Arzobispo de Cracovia en 1964. En octubre de 1978 sucedió al italiano Albino Luciani como líder espiritual de la Iglesia Católica.

Durante esos días de 1946 el entonces presidente argentino Juan Domingo Perón proclamaba públicamente su doctrina de la “Tercera Posición”. Poco tiempo antes, Winston Churchill había definido su visión geopolítica internacional conceptualizando la figura de la “Cortina de Hierro” que emergía en la Europa de la posguerra. Para las potencias aliadas vencedoras del nazismo, Argentina había quedado afuera de la discusión estratégica de las próximas décadas.

En 1991 no existían las redes sociales y la expansión global de internet aún no estaba al alcance de miles de millones de habitantes en todo el mundo. Eran días de gran ebullición política en la Unión Soviética en medio de la resistida perestroika encabezada por Mijail Gorbachov. En simultáneo, en los países del disuelto bloque comunista, comenzaban a nacer nuevas fuerzas políticas y sociales inspiradas en la figura del líder sindical Lech Walesa, que gobernaba Polonia desde diciembre de 1990.

En la Argentina menemista cumplía un mes de vida el plan de convertibilidad ejecutado por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo. El justicialismo triunfaría cómodamente en las elecciones parlamentarias de ese año y en las de 1993, resultado que abrió las puertas para negociar la reforma constitucional con el radicalismo que permitiría la cómoda reelección de Carlos Menem en 1995.

Con una visión realista del mundo emergente tras el final de la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética tal como se la había conocido a lo largo de cuarenta y seis años, Juan Pablo II desarrolló en su encíclica un diagnóstico notable y desapasionado sobre las graves falencias políticas y económicas que llevaron al fracaso del modelo socialista en la segunda mitad del siglo XX.

En sus años de formación teológica y política, el Sumo Pontífice fue testigo y protagonista de la opresión que Polonia sufrió a manos de la dictadura estalinista, la que durante décadas violó todo el abanico de derechos humanos en el país invadido por Adolf Hitler en septiembre de 1939, hecho que determinó el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Con una visión de prudencia y realismo en momentos en que numerosos académicos y analistas políticos aventuraban que el ciclo del progreso de las democracias occidentales sería ilimitado, Juan Pablo II sostuvo que “la experiencia histórica de los países socialistas ha demostrado tristemente que el colectivismo no acaba con la alienación, sino que más bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficacia económica”.

Aboga al mismo tiempo por un capitalismo entendido como “un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, y de la libre creatividad humana en el sector de la economía”.

Pero la definición más importante de la encíclica papal frente a la imparable revolución tecnológica es la que afirma que “existe otra forma de propiedad concretamente en nuestro tiempo, que tiene una importancia no inferior a la de la tierra: es la propiedad del conocimiento, de la técnica y del saber. En este tipo de propiedad, mucho más que en los recursos naturales, se funda la riqueza de las naciones industrializadas”.

Los lamentables hechos que día a día nos llegan desde la provincia de Entre Ríos demuestran que los supuestos exégetas de la doctrina social de la iglesia desconocen su premisa básica. Para lograr alcanzar el bien común de una sociedad hay que dejar de lado todas las manifestaciones del egoísmo individual. Y recordar que para repartir la riqueza primero hay que producirla. Pareciera ser entonces que algunos dirigentes políticos en Argentina todavía desconocen que comenzó el siglo XXI. Resulta una utopía infantil promover el acceso a la propiedad del conocimiento y de los datos, insumos básicos del desarrollo presente y futuro que proclamaba Juan Pablo II, mientras esos mismos dirigentes continúan debatiendo temas del siglo XIX.

 


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