“Puedo creer lo imposible pero no lo improbable”, decía Chesterton. La crisis política in progress de Argentina está basada en un hecho cierto, la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque oficialista de la Cámara de Diputados, producida según él mismo escribiera, por no compartir “la estrategia” y “los resultados” de la negociación realizada por el gabinete económico y el grupo negociador que “responde y cuenta con la absoluta confianza del presidente de la Nación”. A continuación, el diputado por la provincia de Buenos Aires (2019-2023) que cumplirá 45 años el próximo 16 de febrero, afirma que permanecerá dentro del bloque “para facilitar la tarea del presidente y su entorno”. Para los integrantes de la coalición gobernante ya no hay equipos comunes sino entornos que se bifurcan en los senderos del poder central.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), el filósofo idealista preferido de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, escribió que la tesis, antítesis y síntesis son los tres elementos que constituyen el proceso de la dialéctica. El gobierno de coalición que encabeza Alberto Fernández, elegido candidato presidencial por la voluntad unilateral de Cristina Kirchner, tiene la antítesis en el patio mismo de su casa. Y del logro de la síntesis entre el albertismo (y su entorno) y el kirchnerismo (entendido como cristinismo + camporismo) depende la gobernabilidad de un país con casi la mitad de su población en la pobreza, y el futuro de la coalición política oficialista (Frente Renovador de Sergio Massa incluido).
Algunos interrogantes para propios y extraños a veinte meses de las elecciones presidenciales de octubre del año próximo. ¿Quién se beneficia de una crisis en el oficialismo en la interna de Juntos por el Cambio, Macri o Rodríguez Larreta?
A contrario sensu, ¿quién se beneficia de la interna no saldada entre halcones y palomas de la oposición, el albertismo o el cristinismo? ¿Los consensos políticos para llevar adelante la agenda parlamentaria deberán buscarse primero entre adversarios para después persuadir a la propia tropa, o viceversa? ¿El capítulo judicial, que por necesidad es la madre de todas las batallas del cristinismo, será la prenda de cambio para la aprobación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional? ¿Ante un eventual cambio de gabinete (presentación de renuncias o pedidos presidenciales de ellas) se mantendrá la misma línea política de los eventuales ministros renunciantes?
Al gobierno de Alberto Fernández le queda poco menos de un año (el primer semestre de 2023 comenzará la campaña presidencial de octubre) para realizar el titánico esfuerzo de escindir la gestión administrativa de los vaivenes políticos que afectarán a la coalición oficial. El cristinismo a través de la renuncia de Máximo ha hecho público, una vez más, las diferencias en materia económica y de política exterior. Ya no se trata de estrategias diferentes para objetivos comunes, sino de tácticas tuiteras que demuestran que lo que es bueno para un sector no lo es para el otro.
En medio de las disputas internas que se agravarán en el seno del Poder Ejecutivo y del parlamento, los gobernadores e intendentes (especialmente los bonaerenses) necesitan señales claras sobre el capítulo del acuerdo con el FMI vinculado al financiamiento de las obras públicas y al gasto social. Resultará muy interesante ver la actuación de los senadores en relación a las necesidades de los gobernadores teniendo en cuenta que la Cámara Alta es donde el cristinismo administra hoy su mayor arsenal político-institucional. No está demás recordar que la Vicepresidenta no vota, salvo en caso de que hubiera un empate en la votación de los senadores.
En este complejo escenario socioeconómico es muy probable que una vez más nos enfrentemos al interrogante que interpela a la clase (no comparto la semiosis del concepto de casta) política desde el retorno a la democracia en 1983: ¿Se puede llegar a la presidencia de la Nación sin triunfar en la provincia de Buenos Aires? Calculadora en mano, Alberto Fernández deberá comenzar a pensar en la modalidad de la interna peronista que le otorgue más volumen a los gobernadores para contestar el interrogante que Cristina evaluará de aquí en más sobre su principal bastión electoral, geografía decisiva que seguramente buscará acrecentar (¿y gobernar?) Sergio Massa.
La aventura podrá ser loca, pero el aventurero ha de ser cuerdo, dijo también Chesterton.