En el año 1949 el novelista, ensayista y periodista británico George Orwell publicó 1984, su obra de ficción más famosa. El libro de Eric Anthony Blair, (tal el verdadero nombre de Orwell), que vendió y continúa vendiendo hasta hoy decenas de miles de ejemplares, vio la luz editorial apenas seis meses antes de su muerte a causa de una tuberculosis contraída en 1936, mientras combatía para el bando republicano en la guerra civil española.
En el texto de la novela distópica más famosa del siglo XX, notable precursora del concepto de posverdad, Orwell acuño el neologismo conocido como "doblepensar", el cual consiste en "sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas".
Esta magnífica construcción de lógica binaria puede ser traída al presente del escenario político argentino, y aplicarse a los deseos imaginarios del kirchnerismo y del albertismo de cara a las próximas elecciones legislativas de noviembre.
El triunfo o la derrota del oficialismo puede provocar un ejercicio de "doblepensar" en la misma noche de los comicios. El resultado electoral de ese día provocará más interpretaciones que la obra de Jorge Luis Borges. Más aún si recordamos que nuestro máximo genio literario consideraba a la democracia como un abuso de la estadística.
¿El que pierde gana? O tal vez, ¿el que gana pierde? Cuál de estas dos variables es la preferida en el Instituto Patria, y cuál en la Casa Rosada. Para descifrar este maquiavélico dilema haría falta conocer la letra chica del fideicomiso de poder estructurado en mayo de 2019 entre la fiduciante Cristina Kirchner y el fiduciario, Alberto Fernández.
Se impone saber a continuación quién sería el beneficiario de un triunfo o de una derrota el domingo 14 de noviembre. ¿Tal vez un tercero en discordia bendecido nuevamente por un "fideicomiso electoral, o el mismo surgirá de una elección interna democrática?
Si se bifurcaran los senderos del poder para el 2023 a partir de una derrota oficialista (que otorgaría validez científica al diagnóstico de los funcionarios que no funcionan), es probable que el pato rengo necesite algo más que muletas para transitar los veinticinco meses que restan para el cambio de gobierno en diciembre de 2023.
Los ejemplos de Raúl Alfonsín en 1987 y de Carlos Menem una década después hablan por sí solos. En la mente de varios dirigentes políticos, empresarios y sindicales, el 15 de noviembre comienza el gobierno de Cristina. En la de otros, comienza el de Alberto. Sin dudas que hará falta un profundo ejercicio de interpretación numérica para convertir en poder real una fría y desapasionada lectura de los votos.
Un ejercicio de lógica similar podría realizarse sobre la estrategia y la táctica que utilizarán los líderes políticos de Juntos por el Cambio para encarar los resultados que deparen las Primarias Abiertas y Simultáneas Obligatorias (PASO) a realizarse el próximo 12 de septiembre. En este caso el fideicomiso diseñado en las entrañas de la principal fuerza de oposición sólo sería una addenda al pie de página del notable ensayo, "Elogio de la traición".
En palabras de sus autores franceses, Denis Jeambar e Yves Roucaute, "la traición es la expresión superior del pragmatismo que evita las fracturas y garantiza la continuidad democrática al flexibilizar en la práctica los principios preconizados en la teoría".
Desde la crisis institucional de los años 2001 y 2002, el lenguaje político argentino ha dado lugar a la elaboración de un grueso manual de uso didáctico plagado de conceptos vacíos que eclipsan con excusas pueriles los hechos más fáciles de definir. Las causas de la inflación y los programas más efectivos para combatirla podrían ser un claro ejemplo de ello.
La declamada sanción de una nueva ley de Coparticipación Federal junto a una reforma tributaria integral destinada a la producción y a la creación de fuentes de trabajo son conceptos y medidas políticas imprescindibles que se bastan por sí solas sin necesidad de edulcorarlas con proclamas semánticas que se desvanecen tras un acto proselitista.
El economista norteamericano Thomas Sowell escribió que, "la primera lección de la economía es la escasez: nunca hay suficiente de nada para satisfacer por completo a todos los que lo quieren. La primera lección de la política es ignorar la primera lección de la economía".
Desde hace varias décadas la dirigencia de nuestro país ha venido ignorando las lecciones básicas de la economía echándole la culpa a la política. Y hasta hoy, la política no pudo o no supo (¿tampoco quiso?) encontrar la fórmula económica para detener el crecimiento de la pobreza que ya casi alcanza al 50 por ciento de nuestra población.
La elección de noviembre tiene el gran desafío de generar un shock en la gestión pública que produzca bienestar para la mayoría de los habitantes. Caso contrario, de continuar la mala praxis política, se pondrá en jaque al sistema democrático como motor esencial para el desarrollo con libertad.