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¿Hace falta traicionar para pactar? (Publicado en Infobae, 28/10/2021)

01.11.2021 - Política

Disclaimer. Esta columna hablará sobre la traición. ¿Escribir sobre ella supone asumir una postura políticamente incorrecta en la teoría? Para evitar falsas interpretaciones semánticas a priori es conveniente recurrir a las fuentes. El diccionario de la Real Academia Española define a la traición (en su primera acepción) como la “falta que se comete quebrantando la fidelidad o lealtad que se debe guardar o tener”.

La academia y los manuales de estilo enseñan que nunca hay que explicar los textos que se publican. Por eso, en tiempos de hiperinflación oscurantista, es bueno recordar lo afirmado por un pedagogo de la política. Cuando uno no es claro hay que hacer un dibujito. En muchos países los diccionarios brillan por su ausencia en las bibliotecas de los despachos oficiales. Pero, vaya paradoja, la esgrima política diaria está plagada de antónimos aplicados a todas las materias del poder.

Viajemos hacia atrás cinco siglos para intentar la búsqueda de una justificación teórica. En pleno auge del renacimiento el escritor italiano Nicolás Maquiavelo publicó “El príncipe”, ensayo que abrió (in eternum). la grieta entre la política y la moral. De acuerdo a su visión, un gobernante no debiera preocuparse por “caer en la infamia de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podría salvar el Estado”.

Pero el intelectual y diplomático florentino intentó distinguir su pragmatismo a ultranza de aquellas conductas que impliquen, entre otras, un acto de traición. Así lo dice: “no se puede llamar virtud el asesinar a sus ciudadanos, traicionar a los amigos, no tener palabra, ni piedad, ni religión. Estos medios harán ganar poder, pero no gloria”. ¿Traicionar sería entonces poner en marcha una acción personal estratégica tendiente al logro del progreso colectivo? El pragmatismo político soporta todas las variantes (y los vicios) de la conducta de los dirigentes que dicen actuar en la búsqueda del bien común.

A esta altura alguien podría preguntarse si, dejando de lado la acción típica, antijurídica y culpable contemplada en el Código Penal, desarrollar una traición política supone un criterio unánime para valorar como negativa una ruptura en la confianza, la fidelidad y la lealtad. Disclaimer; la política es la actividad profesional que más cantidad de amistades rompió a lo largo de la historia. Pero es también la que más rápido (muchas veces sin explicación alguna), logra recomponer esas relaciones quebradas por actos de infidelidad y mala fe.

En la última década del siglo XX los autores franceses Denis Jeambar y Yves Roucaute publicaron Elogio de la Traición, un ensayo ya clásico de la ciencia política. Afirman en él que “los compromisos más eficaces suponen las mayores traiciones. No hay acuerdos más sólidos que los concertados entre hombres a priori hostiles”. Y más adelante expresan cuál es la condición de solidez de ese pacto. “El compromiso sólo es firme si su adversario más feroz lo acepta y abandona -traiciona- sus convicciones más arraigadas”.

El politólogo estadounidense Murray Edelman señala que los problemas políticos derivan básicamente de una condición indeseable o de una amenaza al bienestar general de la sociedad. Y agrega que “sus soluciones son creaciones de las contradicciones y vacilaciones que promueven los abogados de las diferentes políticas”. Cuántas excusas dialécticas se amontonaron en la historia política detrás de las conductas realizadas para evitar un mal mayor. En días de celebraciones democráticas los exégetas de Raúl Alfonsín podrían explicar cuáles fueron los dilemas políticos (los morales devinieron abstractos) que llevaron al caudillo radical a negociar la reforma de la Constitución Nacional del año 1994 con el entonces presidente peronista Carlos Menem.

Los efectos prácticos de ejercer una conducta desleal e infiel deberían brindar un beneficio político superior que justifique ese accionar, amortiguando de esa manera el reproche moral de la opinión pública hacia dicho acto. No obstante, una vez que se cruzó el límite de la confianza y la lealtad se anula el antídoto más conocido sobre la materia: el que avisa no traiciona. Se ampliará, entonces, el abanico de opciones a desplegar. Pero la génesis de ellas siempre es preventiva, y sirve de justificación ante el rechazo inevitable de parte de propios y extraños: traiciono porque me van a traicionar.

La estrategia para que el acto de la traición y sus costos políticos sean equitativos para los que lo realizan debería suponer un win-win para ambos protagonistas de un eventual pacto político. Ahora bien, el intento de lograr un acuerdo a largo plazo entre dos adversarios necesita una condición básica previa para que la puesta en práctica del mismo derrame en los partidos y coaliciones políticas que ambos representan. Sería conveniente, entonces, que las traiciones se cocinen en forma simultánea, como si fuera una primaria abierta entre los bandos pasivos de la infidelidad. El sagrado altar de Comodoro Py prenderá las velas a partir del 15 de noviembre. Dos expresidentes saben que necesitan una conversación a solas para apagarlas juntos; caso contrario asistirán a un eventual pacto político como testigos y sin conocer la agenda previa del mismo.

Música para camaleones. And in the end the love you take is equal to the love you make.


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