De acuerdo a lo relatado en su autobiografía titulada “Volar en círculos”, el novelista y exagente de inteligencia inglés John Le Carré se enteró de la traición de Kim Philby a principios de la década del ´60 cuando ocupaba el cargo de segundo secretario de asuntos políticos en la embajada británica en la ciudad de Bonn, por entonces capital de Alemania Occidental. “Una noche, el jefe de mi oficina local me llamó su despacho y me contó, de manera estrictamente confidencial, algo que todos los ingleses leerían al día siguiente en el periódico de la tarde: que Kim Philby, el brillante jefe de contraespionaje del MI6, propuesto en una ocasión para dirigir todo el Servicio, era además un espía ruso y— como gradualmente fuimos averiguando— lo había sido todo el tiempo, desde 1937″. Pocos años antes de la caída del Muro de Berlín Le Carré analizó la posibilidad de mantener una entrevista personal con Philby en Moscú, pero finalmente abandonó la idea. Para el autor de la novela “El topo”, el traidor inglés más famoso del siglo XX, “estaba enganchado con la incurable droga del engaño”.
Graham Greene fue un estrecho amigo de Philby a lo largo de su vida. Habían trabajado juntos como agentes de inteligencia durante los años 1942 y 1945, al tiempo que eran simpatizantes políticos del régimen soviético. El novelista escribió el prólogo de “My silent war”, la autobiografía publicada por Philby en 1969. Allí señaló: “Cuán atinado estaba el SIS (Servicio de Inteligencia exterior británico) al defender a Philby y cuán equivocado el MI5 (símil del FBI norteamericano) al forzarlo a descubrirse. Occidente sufrió más por su escapatoria que por su espionaje”.
En 1987, Peter Wright, un ex alto funcionario de contrainteligencia del MI5, publicó su autobiografía “Cazador de espías”. El libro rápidamente se convirtió en un best seller internacional porque la entonces premier conservadora Margaret Thatcher intentó prohibir la edición de la obra. “La noche que nos enteramos que Kim Philby había confesado ser un espía soviético, nuestra juventud y nuestra inocencia terminaron. Cuando descubres que un hombre como él, que apreciabas y admirabas, ha traicionado todo, el juego deja de ser entretenido. Ahí se inició la era de las tinieblas para nosotros”, expresó Wright con profundo pesar, transmitiendo el abatimiento que reinaba en las filas del espionaje británico en medio de la batalla que sus hombres mantenían con sus colegas de la KGB en el contexto de la Guerra Fría.
Harold Adrian Russell Philby nació en 1912 en una pequeña localidad de la India, donde su padre se desempeñaba como oficial del ejército británico. Su apodo proviene del personaje central de la novela más famosa del escritor hindú, Rudyard Kipling. En 1933 se graduaría en Economía en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde también estudió Historia. Un año después Philby sería contactado por un personaje llamado Arnold Deutsch, un políglota nacido en Checoslovaquia que se había doctorado en Química y Filosofía en la Universidad de Viena en 1927. Ferviente simpatizante comunista, Deutsch comenzó a trabajar oficialmente para el servicio de inteligencia soviético (NKVD) en 1932.
Fue en Viena en la primavera de 1934 donde Deutsch contactó por primera vez a Philby mientras militaban junto a la resistencia izquierdista durante el régimen fascista de Dollfuss. En Viena Kim conoció a Litzi Friedmann, con quien se casaría, regresando posteriormente a Inglaterra. El jefe de Deutsch en el servicio de inteligencia de Moscú fue quien le ordenó que el flamante “agente soviético” debía reclutar a un par de jóvenes comunistas de la universidad de Cambridge. Fue así que entonces se conformó el grupo de espías que pasaría a la historia como el Círculo de Cambridge. Además de Philby lo integraron Anthony Blunt, Guy Burgess, Donald McLean.
Durante la guerra civil española (julio de 1936-abril de 1939) el gobierno soviético encabezado por Stalin envió más de tres mil soldados, 640 aviones y 400 tanques para combatir contra el General Francisco Franco. En simultáneo al ascenso de Hitler al poder en 1933, y cuando aún no estaba definida la postura del premier inglés Neville Chamberlain frente al rearme alemán, los jóvenes simpatizantes del modelo comunista soviético aumentaban en las universidades británicas. Recién a principios de 1944 Churchill decretó el despido inmediato de todos los agentes de inteligencia que estuvieran afiliados o simpatizaran públicamente con el Partido Comunista.
Stalin estaba convencido de que un triunfo del General Francisco Franco debilitaría al gobierno francés, el que, ante las dudas políticas de Inglaterra, era el único con capacidad militar para contener los designios expansionistas de Hitler. En 1937, los jefes del espionaje soviético decidieron enviar a Philby en una misión encubierta a España, y le ordenaron que se acreditara como periodista del diario The Times. El académico de Cambridge, poseedor de una fina pluma analítica y una notable memoria, logró un rápido apoyo de los seguidores de Franco con sus crónicas parciales a favor del dictador español. Años después, Philby diría que “la guerra civil española fue mi verdadera universidad, donde aprendí el arte de ocultar mis pensamientos”.
Anthony Blunt declaró muchos años después que su amigo Guy Burgess fue quien lo convenció de que “la mejor forma de trabajar con el antifascismo era trabajar con él para los rusos, ya que el Partido Comunista y el gobierno soviético formaban el único baluarte contra el autoritarismo” que avanzaba por la mayor parte de Europa. A ello se sumaban también las huestes de Benito Mussolini y su influencia sobre Egipto y el Canal de Suez.
En julio de 1940, pocas semanas de la evacuación de Dunkerque, Winston Churchill reunió a sus principales colaboradores y les fijó un nuevo objetivo: Set Europe ablaze (incendien Europa). El líder británico decidió la creación de una organización secreta al mando de Hugh Dalton. El organismo conocido como Dirección Ejecutiva de Operaciones Especiales (SOE por su sigla en inglés), funcionaba en un antiguo edificio de Baker Street y tenía como objetivo llevar adelante actividades espionaje, sabotaje y propaganda contra el régimen nazi. Fue así que Kim Philby hizo su ingreso oficial al gobierno británico como agente infiltrado por los Unión Soviética.
Las distintas agencias secretas comenzaron a contratar un gran número de académicos egresados de las universidades más importantes del país. Numerosos intelectuales que se destacarían en sus campos de estudio al final de la guerra, entre ellos, el historiador Hugh Trevor Roper, los filósofos Isaiah Berlin, Alfred Ayer, Gilbert Ryle y Stuart Hampshire, el famoso novelista Roald Dahl, y el jurista H.L. Hart, cumplieron diversas tareas como analistas de la inteligencia británica.
El biógrafo oficial de Berlín, el académico canadiense Michael Ignatieff, señala que Sasha (como se lo conocía en los círculos académicos) conoció a Burgess a principios de 1934 en la casa de Victor Rothschild en Cambridge, reunión a la que también asistió Anthony Blunt. Rothschild participó en la guerra como agente de contrainteligencia del MI5, y a mediados de los ´80 pudo sortear una investigación solicitada por un grupo de parlamentarios en torno a sus relaciones con los cinco traidores de Cambridge.
“Guy Burgess era aún más aburrido borracho que sobrio” dijo Alfred Ayer, el filósofo que introdujo la corriente del positivismo lógico en Inglaterra. Su gran amigo, el brillante historiador de las ideas, Isaiah Berlin en cambio mostró sus diferencias con esa apreciación y sostuvo que “Guy no era aburrido en absoluto, simplemente alguien sin un centro moral en su vida”. Queremos encontrar en la inteligencia la compartimentación del corazón, escribió Norman Mailer en “El fantasma de Harlot”, su monumental novela sobre la historia de la CIA. A modo de síntesis, el autor de “La naranja mecánica”, Anthony Burgess, llegó a la siguiente conclusión debatiendo sobre el caso Philby con su colega y amigo Graham Greene: Hay veces en las que se bebe para estar más sobrio, sostuvo con acertada ironía británica (y también, seguramente, con un scotch en su mano).
A LA CAZA DEL TOPO
Desde fines de 1947 la inteligencia británica comenzó a sospechar que se estaba filtrando información confidencial del Foreign Office, pero no se inició una investigación formal para descubrir al topo, o los topos, que la estarían produciendo. Con los Estados Unidos como aliados formales de Inglaterra desde principios de 1942, Philby se había convertido en un espía mimado por sus superiores, los que le habían creado a su medida la Sección V del Servicio de Inteligencia Exterior (MI6), encargada de aportar información sobre España y Gibraltar.
Su brillante desempeño le ensanchó su campo de acción para alegría de sus mandantes soviéticos. Bajo su mando pasó a trabajar un grupo de agentes asignados al norte de África y de Italia. Finalizada la guerra y con la Cortina de Hierro desplegada sobre Europa, el doble agente fue destinado a la embajada británica en Estambul por un par de meses.
Constituida formalmente la Agencia Central de Inteligencia (CIA) por el presidente Harry Truman, Philby arribaría encubierto como diplomático a Washington en 1949. Su contraparte fue el controvertido jefe de contrainteligencia James Angleton, un anglófilo doctorado en Historia en la universidad de Harvard. Hasta el año anterior, y desde 1944, había estado asignado en la capital estadounidense Donald McLean, quien transfirió valiosos secretos a Moscú sobre el desarrollo nuclear de las potencias aliadas.
Todo comenzaría a derrumbarse para Philby en 1951 cuando la sección de Contraespionaje del FBI comenzó a descifrar comunicaciones y telegramas en clave con destino a oficinas gubernamentales y de inteligencia de Moscú. Kim temía por su suerte y organizó un plan de contención de daños junto a Guy Burgess con el objetivo de preparar la fuga a Rusia de McLean. Finalmente, el 26 de mayo de 1951, Burgess y McLean comenzaron su exilio final hacia la tierra de Stalin tras un periplo que incluyó escalas en París, Zurich y Praga.
Philby fue colocado como principal sospechoso por la huida de sus viejos amigos de Cambridge, pero resistió estoicamente todos los interrogatorios a los que fue sometido por los agentes de contrainteligencia a mediados de 1952, algunos de los cuales habían recibido cursos de capacitación del propio Kim a principios de los ´40. Por la cabeza del espía maestro, a quien varios políticos, intelectuales y miembros del establishment británico veían como el futuro director del MI6 tras el final de la guerra, comenzaron a aparecer cada vez más fantasmas.
Tras varias investigaciones sin resultados concretos encabezadas por el propio director del FBI, J. Edgar Hoover, Philby sintió que su objetivo de llegar a la cima de la inteligencia británica se desvaneció. No obstante, logró que un par de amigos influyentes del SIS le consiguieran una tapadera como corresponsal en Beirut para el periódico The Observer. Oriente Medio era una geografía muy peligrosa por los intereses políticos en pugna y los jerarcas del servicio de inteligencia exterior apostaron por la experiencia de Philby. Pero los rusos sabían perfectamente que la suerte de Philby pendía de un hilo. A lo largo de tres años no pudieron aprovechar de sus servicios. Había un problema de origen; los ingleses también le habían perdido la confianza de la década anterior.
El capítulo final de su traición comenzó a escribirse en enero de 1963 cuando su amigo, el agente de contrainteligencia Nicholas Elliott, llegó a Beirut para entrevistarlo. El padre de Elliott había sido director del Eton College, el establecimiento educativo preferida de la clase alta británica. “Me engañaste durante años. Ahora obtendré la verdad de ti aunque tenga que sacártela por la fuerza. En una época te miraba con respeto, pero ahora te desprecio”. A renglón seguido y tras ofrecerle un pacto de inmunidad si realizaba una confesión plena por escrito, Philby dijo que necesitaba algo de tiempo para pensarlo. Y lo logró. Elliott sabía que el traidor buscaría hacer contacto con sus superiores de Moscú para coordinar la estrategia de su fuga tras ser descubierto por el gobierno británico. Comenzó una guerra de nervios con su amigo de la juventud que ahora se había convertido en el verdugo de su vida. Pero Philby pensaba que la llegada de Elliott para interrogarlo informalmente era una decisión muy arriesgada de un sector de la inteligencia británica. Importantes funcionarios preferían evitar su captura y traslado a Londres donde sería sometido a un juicio público escandaloso para la credibilidad presente y futura del gobierno.
Su esposa Eleonor no notó un cambio de conducta en Philby tras sus encuentros con Elliott. En la tarde del 23 de enero le dijo que saldría un rato para ver a un contacto del servicio de inteligencia. Nunca le dijo si era inglés o ruso. Por la noche tenían una cena en la residencia de un funcionario de la embajada británica. Le pidió por teléfono a su hijo Harry, por entonces de trece años, que le avisara a su madre que iría directamente a la comida pactada. Nunca llegó.
El 27 de enero de 1963 Kim Philby, a sus flamantes 51 años, llegaba a la Unión Soviética a bordo del carguero ruso Dolmatova. Habría arribado a un puerto del Mar Negro donde lo esperaban cuatro personas. Según le relatara el propio Kim a Phillip Knightley para su libro “Philby maestro de espías”, fue recibido por un colega de la KGB, que le dijo: “Kim tu misión ha concluido. Sabemos que el contraespionaje británico se interesó por ti en 1951. Ahora estamos en 1963, han pasado doce años. Mi querido Kim, ¿de qué te estás disculpando?”.
Tras la revisación médica de rigor, su contacto Serguei le informó las condiciones económicas para iniciar su nueva vida en Moscú. Algo más de 200 libras de entonces por mes, además de una suma fija para la atención de sus hijos. También podría disponer de una dacha de campo para los fines de semana, y de un automóvil oficial para trasladarlo. Su objetivo inmediato era lograr que su esposa Eleonor se trasladara con sus hijos, a pesar de que sabía de las presiones de la cúpula del SIS para que no lo hiciera. Finalmente arribó en avión a Moscú en septiembre de 1963.
En julio del mismo año, el gobierno de Nikita Krushev le otorgó la ciudadanía soviética a Philby. En agosto moriría su amigo Guy Burgess a causa de las complicaciones con el alcohol. Philby comenzó a intimar con McLean quien se había convertido en funcionario de la cancillería soviética. Philby se divorció de Eleanor a instancias de Serguei, quien sospechaba que la mujer podría haber sido entrenada por agentes británicos y estadounidenses para convertirse en la informante principal sobre las actividades de su esposo. Serguei llegó a sugerir que había sido entrenada para envenenarlo por su traición. Por su parte, McLean y su esposa Melinda llegaron a sospechar que Philby podía ser en Moscú un doble agente que trabajaba para sus colegas británicos. Kim le dijo a su biógrafo que nunca fue un doble agente, sino “un agente infiltrado cuya lealtad siempre fue con la Unión Soviética”. Al poco tiempo ambos matrimonios se divorciaron con un final cantado. Philby comenzó una relación con Melinda McLean.
Kim había deseado que los jerarcas de la KGB le ofrecieran un trabajo profesional acorde a sus pergaminos como espía, pero no fue así y su adicción al alcohol comenzó nuevamente. Se separó de Melinda y se casó con una rusa de nombre Rufina Pujova en diciembre de 1971. De a poco comenzó a recibir encargos laborales por parte del servicio de inteligencia. Parecía que el comienzo de la década le abría otro horizonte en su vida. En 1980 recibió una condecoración oficial del gobierno ruso y la publicación en ruso de su libro “My silent war” que fue a presentarlo a Checoeslovaquia y Bulgaria. Sus superiores aceptaron llevarlo a Cuba para que conociera a Fidel Castro, aunque finalmente no pudo lograrlo, pero varios de sus ministros lo agasajaron y lo condecoraron.
En 1979 Margaret Thatcher divulgó que Anthony Blunt era el cuarto hombre, concretamente el espía de Cambridge que en realidad trabajaba para la Unión Soviética desde hacía más de cuatro décadas. Había sido elegido miembro de la Academia Británica en 1950. Estuvo a cargo de la colección de arte real en el castillo de Windsor y en el palacio de Buckingham y supervisó la inauguración de la Queen’s Gallery en 1962. Por todas estas actividades la Reina Isabel lo había condecorado con el título de Caballero Comandante de la Real Orden Victoriana. Otro bochorno sobre traiciones de espías invadió las páginas de los tabloides británicos durante varias semanas como había ocurrido con el caso Philby. Poco antes de su muerte en 1983, y a modo despedida, Blunt le había hecho llegar a su amigo Kim la figura de un emperador romano que había batallado contra los germanos. Ambos espías detestaban al régimen nazi.
En septiembre de 1986 Graham Greene viajó a Moscú y se encontró con su amigo y excolega. Mantenían correspondencia varias veces al año desde hacía tres décadas. Volvieron a verse un año después. El último encuentro fue en febrero de 1988. “Compartir más un sentido de duda acerca más a los hombres que compartir una fe”, le dijo Greene a su amigo antes de despedirse por última vez. Es muy probable que el autor de “El factor humano” se haya ido de Rusia pensando si su amigo Kim alguna vez lo había traicionado.
Kim Philby murió el 11 de mayo de 1988. No llegó a presenciar el desmoronamiento de su amada Unión Soviética dos años después. Fue enterrado el día 13. Su féretro fue conducido por agentes de la KGB. De fondo sonaba una sinfonía de Chopin. La historia del espía más famoso del mundo había llegado a su fin. Hasta hoy resuenan los relatos sobre el traidor y el héroe.
En noviembre de 2018, cuando las relaciones diplomáticas entre Rusia e Inglaterra estaban al rojo vivo por el envenenamiento del ex agente doble Serguei Skripal en Inglaterra, supuestamente por espías rusos, el Alcalde de Moscú, Serguei Sobyanin, resolvió bautizar a una plaza cercana a la sede del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia con el nombre de “Kim Philby”. Pero esta historia criminal y sangrienta encabezada por un dictador y exagente de la KGB, que tiene al mundo al borde un conflicto bélico global, aún no ha terminado.