Scott Lash, psicólogo y sociólogo norteamericano doctorado en la London School of Economics, sostiene que la modernidad actual está cimentada en un conjunto de nuevas estructuras sociales de carácter informacional que fueron desplazando de manera gradual los viejos condicionamientos conceptuales del poder y del estado-nación.
Por su parte, Jaron Lanier, un experto informático precursor de la realidad virtual a fines de la década del ´80, afirma que internet se basa actualmente en la manipulación de conductas a partir de las emociones. “La consecuencia de todo ello es que se ha impuesto la negatividad en lugar de la positividad porque las corrientes emocionales negativas son más fáciles de crear y se extienden más rápidamente”, expresa Lanier, quien además de sus conocimientos científicos es un eximio pianista e intérprete de instrumentos de viento provenientes de la cultura oriental.
El universo digital se ha expandido en la última década, y continuará haciéndolo en los próximos años, a la velocidad de un tsunami. En este sentido, el científico norteamericano Norbert Wiener, un verdadero niño prodigio que obtuvo su licenciatura en Matemáticas a los 14 años y su doctorado en Filosofía en la Universidad de Harvard a los 18, sentó las bases conceptuales de esta revolución tecnológica cuando en 1948 definió a la cibernética como la ciencia del control y la comunicación entre los seres vivos y las máquinas.
El gran salto en el desarrollo de la informática tuvo lugar en la costa oeste de los Estados Unidos durante los años 80. Por entonces, el principal sociólogo cultural de Francia, Pierre Bourdieu, presentaba el concepto de capital social al desarrollar su teoría de la reproducción cultural y social, definiéndolo como “el conjunto de recursos, actuales o potenciales, vinculados a la posesión de una red social duradera de relaciones, menos o más institucionalizadas, basadas en un interconocimiento o interreconocimiento mutuo que proveen a cada uno de sus miembros con el apoyo de capital construido colectivamente”.
Justin Rosenstein es un matemático de California de 37 años que abandonó una especialización en Ciencias de la Computación de la Universidad de Stanford en 2004 para unirse a la empresa Google con un cargo ejecutivo en la unidad que por entonces estaba diseñando los protocolos que terminarían configurando el Google Drive. Además, había tenido activa participación en el desarrollo del chat de la firma creada por Larry Page en 1997. En mayo de 2007, Rosenstein recibió una oferta de Mark Zuckerberg y se incorporó a Facebook, diseñando al poco tiempo el botón “me gusta”. Un año y medio después dejaría la compañía para lanzar su propia empresa, Asana, junto a Dustin Moskovitz, cofundador de Facebook junto a Mark Zuckerberg.
Protagonista central de la aclamada serie “El dilema de las redes sociales”, Rosenstein se arrepintió rápido de su creación, que él mismo define como timbres de autoplacer, afirmando que “es común que los humanos desarrollen cosas con la mejor de las intenciones, pero que estas terminen teniendo consecuencias negativas de forma no intencional”.
A pesar de las decenas de “me gusta” que aplicamos en nuestras redes sociales a lo largo de un mes, todos portamos un fusil cargado de “no me gusta” que quisiéramos descargar diariamente en nuestro universo digital. Es extraño que tanto Mark Zuckerberg como Jack Dorsey (el creador de Twitter) no hayan ofrecido aún la posibilidad de aplicar un “not like” en sus respectivas redes sociales.
Las redes, paradojalmente, atomizan el tejido social, y en palabras del filósofo surcoreano, Byung-Chul Han, “las olas de indignación son muy eficientes para movilizar y aglutinar la atención”. Las multitudes digitales de hoy son fugaces y dispersas, incapaces de racionalizar sus quejas. ¿Por qué no lo serían también para unificar tendencias de likes en sucesos o personas?
De allí la importancia que aporta el concepto de homofilia, entendida como el principio por el cual el contacto entre personas similares sucede con mayor frecuencia que entre personas distintas. La empatía y el narcicismo conforman los ingredientes básicos del like como medida de aprobación o rechazo social. Al ritmo de la ansiedad y la frustración que disparan los posteos viralizados, los conceptos de cantidad y calidad se bifurcan cada vez más en el universo de internet.
Cuántas veces nuestros hijos y amigos nos han advertido sobre los riesgos de aplicar un like involuntario en sus teléfonos. El significado de esa errada digitación puede generar múltiples y contradictorias interpretaciones en la persona que lo recibe. En este sentido, ¿quién no conoce alguna historia sobre el inicio y el final de una relación sentimental producida a partir de la emisión de un like?
En 1957, la disonancia cognitiva era definida como nuestra tendencia a la autojustificación. La ansiedad en exceso nos puede estar indicando que hemos tomado una decisión equivocada o que hayamos hecho algo incorrecto. Puede llevarnos también, a inventar nuevas razones o justificaciones para apoyar una decisión o un acto determinado.
Por su parte, el sesgo de confirmación es la tendencia de la mente de las personas a buscar información que respalde los puntos de vista que ya tienen. También lleva a las personas a interpretar evidencia de manera que apoye sus creencias, expectativas o hipótesis preexistentes.
Este último concepto tiene más eco en las personas pertenecientes a la Generación X (nacidos entre 1960 y 1980). En tanto, los Milennials, nacidos entre 1981 y 2004, y más aún, los Centenials (a partir de 2005), son más propensos a ser víctimas de la disonancia cognitiva, y su emergente práctico, la cultura de la selfie.
Finalmente, no estaría demás preguntarnos si cuando deshojamos una margarita nuestro sentimiento analógico no es más fuerte que una tecla digital alimentada por un frío algoritmo. Estimado lector (analógico o digital): en caso de estar de acuerdo, dale like a esta columna en mi cuenta de Twitter.